Capítulo I-Sueños
Envuelto en la
oscuridad, abrí los ojos y contemplé sin ver, que en realidad a mi alrededor no
había nada: ni un soplo de brisa, ni un atisbo de luz… ni de oscuridad, solo
vacío. Miles de preguntas empezaron a surgir, pero antes de poder tomar forma
unos ojos tan profundos como la muerte y tan hermosos y atrayentes como la vida
aparecieron en ese mar de desolación. Su extraño brillo y su color morado
como las amatistas hizo que nada más importase en ese bizarro lugar, y como si
hubieran percibido mi interés empezaron a susurrar una frase que entonces no
comprendería, pero que llevaría grabada a fuego el resto de mi vida: La
verdad será revelada...
De repente sentí como
un chorro de agua helada me empapaba y pegué un salto de la cama. De mi flequillo castaño caían gotas como si se
tratara del más divertido entretenimiento mientras que mis largas pestañas
evitaban que entraran como punto final en esos ojos color miel que había
heredado de mi abuelo y que tanto expresaban. Con ellos le intentaba echar una
mirada asesina sin mucho éxito al culpable: mi querido y socarrón padre
mientras me secaba mi pelo largo con una toalla y trataba que no viera como
sonreía entre divertido y cabreado por los acontecimientos. Sin embargo lo peor
no era eso, sino que ni siquiera podía decirle nada porque los dichos los
tomaba al pie de la letra y a pesar de mis argumentos como: “se suele decir que
los dichos los usan las personas ingenuas” me decía que: “si uso un dicho en
contra de los mismos no tiene lógica” y así sigo. Pero retomemos mi “pacífico”
despertar:
—¡Bestia! ¿No tenías
otra forma de despertarme?—le dije algo fastidiado y somnoliento aún.
—¡Je! Tú te lo has
buscado: llevo media hora intentando despertarte chaval así que ya sabes, te
advertí que si te dormías lo haría y el que avisa no es traidor—me dijo
mientras me ponía el despertador en frente.