Capítulo I-Sueños
Envuelto en la
oscuridad, abrí los ojos y contemplé sin ver, que en realidad a mi alrededor no
había nada: ni un soplo de brisa, ni un atisbo de luz… ni de oscuridad, solo
vacío. Miles de preguntas empezaron a surgir, pero antes de poder tomar forma
unos ojos tan profundos como la muerte y tan hermosos y atrayentes como la vida
aparecieron en ese mar de desolación. Su extraño brillo y su color morado
como las amatistas hizo que nada más importase en ese bizarro lugar, y como si
hubieran percibido mi interés empezaron a susurrar una frase que entonces no
comprendería, pero que llevaría grabada a fuego el resto de mi vida: La
verdad será revelada...
De repente sentí como
un chorro de agua helada me empapaba y pegué un salto de la cama. De mi flequillo castaño caían gotas como si se
tratara del más divertido entretenimiento mientras que mis largas pestañas
evitaban que entraran como punto final en esos ojos color miel que había
heredado de mi abuelo y que tanto expresaban. Con ellos le intentaba echar una
mirada asesina sin mucho éxito al culpable: mi querido y socarrón padre
mientras me secaba mi pelo largo con una toalla y trataba que no viera como
sonreía entre divertido y cabreado por los acontecimientos. Sin embargo lo peor
no era eso, sino que ni siquiera podía decirle nada porque los dichos los
tomaba al pie de la letra y a pesar de mis argumentos como: “se suele decir que
los dichos los usan las personas ingenuas” me decía que: “si uso un dicho en
contra de los mismos no tiene lógica” y así sigo. Pero retomemos mi “pacífico”
despertar:
—¡Bestia! ¿No tenías
otra forma de despertarme?—le dije algo fastidiado y somnoliento aún.
—¡Je! Tú te lo has
buscado: llevo media hora intentando despertarte chaval así que ya sabes, te
advertí que si te dormías lo haría y el que avisa no es traidor—me dijo
mientras me ponía el despertador en frente.
Suspiré contrariado,
¿media hora?*Imposible* pensé, hubiera sonado el despertador y… ¡y llegaba
tardísimo! Eran las menos cinco y ni siquiera estaba vestido. Cogí lo primero
que vi, me vestí y en dos minutos ya me estaba lavando los dientes *me temo que
hoy no desayuno* pensé mientras terminaba. Tomé la cartera y me lancé decidido
hacia la puerta pero mi padre me paró en seco tostada en mano:
—El desayuno es la
comida más importante del día así que o comes, O COMES—me dijo con su típica
mirada de decreto-ley.
—Bfueno, bfueno— le
dije con la tostada en la boca- fa me foy.
Y eché a correr como
si mi vida fuera en ello. Cualquiera que me hubiese visto por la calle hubiera
pensado que estaba loco ya que no era tan tarde cuando salí de mi casa y mi
profesor de filosofía solía retrasarse dos o tres minutos. No, el problema era
que una nueva alumna llegaba ese día y evidentemente tenía curiosidad de saber
cómo iba a ser, a lo que me diréis ¿y qué tiene que ver una cosa con otra?
Fácil, la hora y el modo en que llegas al instituto dice mucho de ti: si llegas
sobrado/a de tiempo eres responsable, o eso, o no has hecho los deberes y los
haces los 5 minutos antes, si llegas justo corriendo es que eres responsable
pero despistado/a, si llegas justo pero normalito eres controlador/a, etc.
Aunque como es lógico esto no tiene por que ser así, suele cumplirse. Yo, como
ya habréis adivinado, soy de los que llegan justo casi corriendo todo el
trayecto, mientras pienso en exámenes próximos. Aún así ese día era distinto,
estaba lo de la chica y además ese sueño tan raro… Por la tarde buscaría algo
por internet a ver qué aparecía.
Durante mi maratón
diario matutino me di cuenta de que me hubiera gustado hacerlo andando,
tranquilo, por una vez. Aquella mañana parecía envuelta por un halo especial;
el viento, aunque algo frío, jugaba con mi pelo aún húmedo y te susurraba al
oído que aún no había amanecido. Era de esos días en los que el invierno está
tan próximo que hasta a las aves se les olvida cantar por la mañana y la luna
se resiste a irse sin más. Y así iba mirando aún a una luna que se mezclaba con
los matices anaranjados de un nuevo día cuando me fijé en un hombre pelirrojo,
alto, con una musculatura desarrollada de horas de entrenamiento diario y unas
gafas de sol oscuras que resaltaban sobre su piel blanca e inmaculada de
imperfecciones. Aquel hombre se giró y nos miramos el uno al otro, yo con
curiosidad y algo de admiración, él, bueno no lo sé llevaba gafas de sol. Pero
algo me decía que sus ojos tampoco me hubieran revelado nada.
La campana que marcaba
el inicio de las clases me sacó de mi ensoñación y seguí corriendo sin poder
pensar en nada. Al fin llegué pero resultó que la puerta estaba cerrada con lo
que llamé y pedí permiso para entrar. Un sí despreocupado de mi profesor de
filosofía me llegó mientras pasaba lista. Todo parecía inusualmente ordinario,
como si nada cambiase desde hacía demasiado en esa aula. Pero cuando comencé a
caminar y me dirigía a ocupar mi sitio al lado de Jack algo, o mejor dicho
alguien, me hizo parar en seco un segundo debido a que me bloqueó al instante:
la nueva chica había llegado y estaba sentada en primera fila. Era alta con un
pelo del color del oro viejo recogido por un lirio blanco en una coleta de lado
y con un flequillo que casi le tapaba el ojo derecho y aún así se veía
perfectamente su color: era de un morado intenso y brillante igual que en mi
sueño. Rápidamente mis reflejos reaccionaron y tras el cruce de miradas me
senté dos filas por detrás mientras mi compañero me echaba una mirada malvada
que ignoré. *¿Qué me pasa hoy?* Me pregunté contrariado. Durante la hora de
filosofía participé activamente con argumentos a algunas teorías que nos iba
explicando el profesor de las cuales nos preguntaba como era costumbre y así
conseguí retomar mi ritmo normal. Ella no hablaba, había permanecido en
silencio, expectante como analizando la situación y de repente mientras
discutíamos las teorías de la verdad ella levantó la mano esperando turno y
dijo:
—Pero, ¿cómo saber si
lo que creemos por verdad es en realidad falso?
El profesor se quedó
mirándola con los ojos abiertos mientras meditaba una respuesta. Todos nos
callamos esperándola: normalmente no pensaba más de dos segundos para decir
algo ya que además de ser veterano, le gustaba la filosofía y solía encontrar
la respuesta rápido, lo que convertía esta en interesante. Tocó el timbre y sin
respuesta se fue diciendo que el próximo día la resolvería. Como era de esperar
se formó un cúmulo de gente en torno a ella tanto por lo que acababa de hacer
como por ser la nueva y empezaron a hacerle las típicas preguntas: “¿de dónde
vienes?” “¿Eres de aquí?” “¿Cuántos años tienes?” Cuando acabó por contestar
las básicas, dijo en voz alta:
—Vivo en la calle San
Juan nº5 y como mi tío no está pensaba dar una fiesta para que me conozcáis- y
de repente se giró a mí con una mirada que no admitía excusas— espero que
podáis venir.
Tardé algo en
reaccionar, ¿esa mirada iba dirigida a mí? Era muy improbable así que seguí
preparando los libros para la siguiente hora cuando mi amigo Jack me dio un
golpe en el hombro y me dijo:
—No nos la podemos perder,
¡la tía está como un tren!— me dijo con su típica mirada de niño pequeño que
quiere un juguete nuevo.
—Puf, tío tu siempre
pensando en lo mismo ¿no cambiarás nunca verdad?—le dije tras un suspiro de
resignación— pero vale, iremos, puede ser interesante.
Esto último lo dije
sin pensar, fue una respuesta instintiva y me intimidó, no solía soltar lo
primero que me venía a la cabeza.
El día acabó con la
normalidad que podía comprender esta serie de sucesos y llegó el sábado. Por
alguna extraña razón a mis padres no les pareció mal lo de la fiesta y me
dejaron más tiempo que el de costumbre. Además, en el lenguaje de los sueños de
algunas páginas de internet mi sueño significaba que tendría éxito con lo que
me proponía hacer, que tengo conocimiento de mi inteligencia y lo verdaderamente
aterrador: que alcanzaría la verdad… Pero al fin y al cabo ¿te puedes fiar de
lo que pone la gente por internet?
Eran las nueve y
media, Jack y yo nos encontramos en el lugar acordado para ir juntos a la casa
de Serah, la chica nueva. Jack como siempre que quería llamar la atención de
las personas de la fiesta o de alguien en concreto, vestía una camisa roja como
las rosas con los puños con filones negros azabache, unos vaqueros oscuros y
algo rasgados que le daban un aire impersonal y atrayente y unas zapatillas de
nike oscuras. Pero por su puesto lo que realmente lo distinguía era su porte
atlético, su pelo rubio corto como el trigo en época de cosecha que parecía
mojado por la gomina que usaba, sus ojos color miel y su sonrisa blanca, aunque
pura no sería un buen adjetivo para definirla. Sin embargo el que se sorprendió
fue él al verme. Normalmente no solía importarme demasiado mi ropa y me ponía
lo primero que encontraba en mi armario. Pero esta vez era distinto. Mi camisa
azul de cuadros que alternaba sus gamas de una singular manera conjuntaba con
el negro de mis vaqueros lisos y mis convers. Además llevaba una pulsera de
cuero negro y por supuesto, mi anillo. Un anillo que jamás me quitaba, ni
siquiera para dormir.
Extrañado, Jack me
miró de arriba a abajo y levantó el
pulgar casi gritando
—¡Así me gusta tío! Si quieres esta noche te enseño un par
de trucos.
Yo no pude evitar
reírme— No ha sido por nada en particular Jack... Es solo que hoy me apetecía
arreglarme más...— dije pensando en lo extraño que resultaba todo lo que estaba
ocurriendo en su conjunto.
Pero mi respuesta no
pareció convencer a Jack, que me empezó a hablar de técnicas y maneras de
ligar, y entre risas y barbaridades
llegamos a la casa de nuestra anfitriona. Eran las diez cuando llamamos a su
puerta y nos abrió con una sonrisa, pero al verme a mí un atisbo de “lo sabía”
brilló en sus impresionantes ojos. Tenía que reconocer que no parecía una chica
de nuestra edad. Un vestido negro como la noche más cerrada le ceñía sus curvas
llegando hasta su hombro derecho dejando el contrario al descubierto. Un bonito
corte desigual descubría algo más una de sus piernas que la otra que llevaba
cubiertas por unas medias con unas excéntricas flores negras. Se erguía sobre
unos tacones oscuros como las intenciones de mi pícaro amigo que parecían
querer subir más allá de sus tobillos como unas enredaderas y sobre su cintura
un cinturón en forma de espiga dorada descansaba sobre ella. Lo que no parecía
haber cambiado era su lirio blanco que siempre lo llevaba en cualquier peinado,
aunque aquella vez sujetaba una coleta de lado. Del mismo modo del día que nos
conocimos.
Tras los dos besos de
saludo mi amigo intentó ligar con ella como le era costumbre, pero algo me
decía que no lo iba a conseguir esta vez:
—¡Qué guapa estás! Y
yo que pensaba esta mañana que no podías estarlo más…— le dijo mientras sus
ojos se tornaban atrayentes con una pizca de inocencia.
—Gracias— le contestó
en un tono demasiado cortés— sin embargo si lo que quieres es ligar búscate a
otra—terminó como despedida mientras me cogía de la mano y me llevaba a la
parte superior de su casa donde apenas había gente.
Yo no sabía lo que
hacer, así que miré a Jack como disculpa mientras seguía a Serah. ¿Qué podía
querer de mi alguien como ella? Me pregunté. Jack normalmente solía gustarle a
las chicas, y yo nunca había destacado más que él... De repente me vino el
sueño, el maldito sueño a la cabeza. Una vez solos me miró expectante y viendo
que el silencio se mantenía me dijo sorprendida:
—¿Acaso no tienes
ninguna pregunta, Edward?
Ah sí, mi nombre es
Edward Trutheart, siento no haberme presentado con antelación. Pero sigamos con
la historia.
Me quedé mirando esos
ojos tan familiares, ¿podría ser posible? No, era ilógico, pero sin embargo
ella parecía tan confiada…
—Te parecerá la típica
frase de ligar pero te aseguro que no es así— tomé una pausa intentando coger
fuerzas— ¿nos hemos visto alguna vez en un sueño?— le dije cada vez más seguro
de que era una locura lo que acababa de decir.
Sonrió como si esa
pregunta le pareciera demasiado evidente y tras un suspiro, se echó el
flequillo para atrás y mirándome a los ojos me preguntó:
—¿No prefieres saber
el significado de la frase? Pensaba que aspirabas a más, Trutheart— me dijo
mientras mantenía una pose que dejaba ver que lo que dijera a continuación
sería decisivo.
Yo no podía hablar,
¿cómo lo había conseguido? ¿Era acaso una especie de bruja? La situación era
tan inverosímil, ¿y por qué yo? Eran demasiadas preguntas…
—A las dos de la
madrugada reúnete conmigo aquí— me dijo cortando ese flujo de preguntas— Si
quieres encontrar respuestas a tus preguntas, claro…
De repente salió de la
habitación y me dejó solo. Tras serenarme un poco yo también bajé e intenté parecer
normal, aunque tras un interrogatorio de Jack al que le dejé muy claro que no
había pasado arriba y con el que no logré convencer, miré mi vaso aburrido ante
todo lo que me estaba pasando a mi alrededor, abrumado por todo lo que había
ocurrido y por todo lo que parecía estar a punto de suceder. Entonces,
Elisabeth vino conmigo y con una voz despreocupada y jovial me dijo:
—Qué, ¿cómo llevas la
fiesta?— me preguntó con una mirada que a pesar de la voz dejaba en evidencia
que estaba intranquila por mi apariencia.
—Bien, bien, habré
cenado algo que me ha sentado mal, eso es todo— le contesté sin darle
importancia.
—Mmm de acuerdo pero si
necesitas algo avísame ¿vale?— me dijo sonriente.
Le asentí y me di
cuenta cómo Serah estaba triunfando: no solo la fiesta era impresionante, sino
que también parecía una encargada de relaciones públicas, hablando con un grupo
tras otro y encajando tan bien dentro de todos… Después comprendería por qué lo
hacía, pero aún es temprano para desvelarlo.
Yo seguía pensando en
todo lo que había ocurrido cuando Marguerite me cogió para ponernos a bailar en
mitad de la habitación. Sonreí, ella siempre era tan divertida y tan
despreocupada para todo, parecía que le daba igual que ocurriera. He de admitir
que en ese momento sentí un poco de envidia pero me dejé llevar y al cabo de
diez minutos ya se había ido a otro lado armando follón. Me reí para mis
adentros y pensé “nunca cambiará” mientras me iba al mismo sitio de antes y
seguía observando y pensando. Sin embargo mis pensamientos no llegaron muy
lejos porque Marc llegó y me empezó a hablar de esa manera algo narcisista, tan
propia de un hijo único de familia rica al que nunca se le ha negado nada:
—¡Vaya fiesta!
¿Verdad? Me recuerda a cuando fui a Ibiza el verano pasado, aquello sí que era
pasárselo bien. Aún así cuando no estén mis padres en casa voy a montar una…
¡tienes que venir!— me dijo dando aquello por hecho.
—Claro, ¡como para
perdérsela!—le contesté más por ser amable que por una verdadera ilusión.
Y tal como vino se fue
por otro lado predicando lo de su próxima fiesta. De repente Alice vino con su
típica pose de soy-guapa-lo-sé-y-me-lo-creo y me dijo con la voz que usaba para
sacar lo que quería de alguien:
—¿Qué te pasa? Te veo
raro, ¿es por Serah? Dímelo, ya sabes que puedes confiar en mi…—me acarició una
mejilla— por cierto, ¿estás haciendo deporte? Te noto más fuerte…
—No me pasa nada Alice
simplemente he comido algo que no me ha sentado bien— le dije mientras le
apartaba la mano.
—¡Bah! Siempre has
sido un soso Edward—y se fue con una mueca en sus labios pintados de un carmín
tan llamativo como su estar.
Después de esto no
ocurrió nada a destacar: la gente bailaba, bebía, se divertía… Poco a poco la
casa se fue vaciando, hasta solo quedar un grupo reducido. Miré mi reloj y me
di cuenta de que eran las dos. Suspiré nervioso, ¿estaba preparado para lo que
me iba a decir? ¿Era posible lo que me estaba pasando? No lo sabría hasta que
no subiera me dije.
Así que cuando subí
las escaleras me encontré con una Serah completamente seria y enigmática:
—Llegas tarde— me dijo
mientras se levantaba y me cogía de la mano para llevarme a otras escaleras que
parecían dar al sótano superior de la casa.
Sin embargo yo no
estaba dispuesto a seguirla porque sí esta vez, así que le obligué a parar y le
pregunté:
—¿Qué está pasando,
Serah? ¿Qué quieres de mí?—le dije algo furioso— Si no me lo dices no me moveré
de aquí.
Ella me dirigió una
mirada severa y de forma tajante contestó:
—Para eso tienes que
seguirme, ¿o acaso tienes miedo?
Sí, lo tenía, pero
como es evidente no iba a decírselo. Enfurruñado la seguí a través de esas
escaleras que daban a un sótano oscuro. No se veía nada, apenas se distinguían
unas siluetas más allá de nuestra posición. Me giré para decirle que me iba a
ir cuando encendió la luz. Hubiera preferido estar a oscuras lo que quedaba de
noche. Ante mí, se encontrada una grandísima sala que no parecía tener fin de
la que nos separaba a Serah y a mí un cristal que abarcaba la pared completa y
que se tornaba algo bizarro para mi punto de vista.
—Te encuentras ante
una sala que te mostrará la verdad de nuestro mundo, nuestra sociedad— y tras
una pausa que añadía dramatismo me miró de manera intensa y me dijo— ¿Estás
preparado para saber lo que ocurrirá, para saber la verdad?
De repente las luces
se apagaron y la esfera en la que estábamos empezó a moverse. Sin ser
capaz de decir ni hacer nada simplemente me quedé esperando a que algo
ocurriera. Y vaya si ocurrió. Unos segundos después un reino hermoso apareció
ante nosotros *¿Cómo es posible, tan grande era la sala?* pensé confuso.
Maravillado empecé a fijarme en los detalles: edificios magníficos se alzaban
ante mi vista con unos acabados arquitectónicos dignos de ser alabados por Dalí
con colores tan vivos y llamativos que era imposible no fijarse en ellos. Además,
cada uno era distinto, cada uno poseía una personalidad, un ambiente, un ser
diferente. Asimismo, eran de última generación y a pesar de esto, convivían
perfectamente con toda la vegetación que cubría el reino: desde rosas tan rojas
como la sangre, hasta lirios tan oscuros como los pecados capitales. No podía
dejar de mirar el entorno, todo me maravillaba hasta que la cúpula en la que
estábamos paró de golpe. Serah, por su parte me señaló una habitación a la que
puse especial atención y comenzó a hablar de esa manera tan enigmática que
tienen los cuentacuentos:
—En este reino
gobiernan cinco humanos, cada uno de ellos representa una parte de su sociedad
que le ha dado el poder para ser sus monarcas. Como consejo, se reúnen de
manera periódica para decidir los asuntos del reino. Pero, por alguna extraña
razón sus predecesores murieron en unas condiciones poco comunes y no se pudo
determinar el por qué. Ahora ellos son los que llevan el reino-y, tras decir esto, la esfera en la que
estábamos traspasó la pared y nos encontramos en esa habitación que me había
señalado.
Estaba llena de
mosaicos y telares preciosos con símbolos que supuse a cada parte de la
sociedad. Sin embargo a la larga parecían un poco macabros, extraños y sin
razón aparente algo dentro de mí me dijo que eran peligrosos. Seguí mirando al
resto de la sala y me paré a fijarme en los elegidos de aquella sociedad que se
me tornaba espectacular: eran Jack, Marguerite, Elisabeth, Marc y Alice. Mis
ojos no daban crédito a lo que veían, ¡eran mis amigos! ¿Qué hacían allí? Tras
reponerme del susto, le iba a arremeter con mil preguntas a Serah cuando siguió
relatando la historia de aquel extraño lugar:
—Muchos candidatos
subieron al trono esperando ser los mejores y suponiendo que mejorarían la
sociedad sin importar la recompensa. Pero estos eran distintos, eran humanos.
Movidos cada uno por su propia naturaleza, estos seres comprendieron los fallos
en vez de los aciertos, los errores en vez de los dones, los pecados en vez de
las virtudes que poseían cada una de las partes de la sociedad y gracias a
esto, están en el poder. Ahora debaten qué es lo que deben hacer, pero les
resulta imposible: mientras que unos proponen algo el resto se opone a pesar de
que uno de ellos, una voz que nadie escucha ya, intenta ponerles de acuerdo.
Por esto tras horas de reunión se marchan esperando alzarse con la victoria
nuevamente. Como sea.
La pequeña sala que
nos mantenía flotando en aquel vívido sueño se movió en busca de los soberanos,
aunque mi mente seguía pensando que todo era una especie de película. Y me
equivocaba.
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