Capítulo II-Soberbia/Mentira
—Como alma que lleva el diablo una de ellos
comenzó a urdir un plan. Sabía que no sería sencillo y que solo vencería
conociendo las debilidades de sus iguales y a la vez contrarios.
Esta vez la esfera se
centró en una de aquellas mujeres que se me tornaban como amigas en un ayer.
Sus tacones altos provocaban un golpeteo rítmico que le hacía ausentarse de las
miradas de envidia, admiración y deseo de aquellos con los que se encontraba. Y
mientras sus labios carmesí se tensaban con cada paso, con cada nueva idea,
llegó a su palacete en lo alto de una colina, con unas bellísimas vistas de la
emblemática y mágica ciudad. Desde la que se podía ver todo. Después entró y la
esfera la siguió. Un gran recibidor lleno de obras de arte desde contemporáneas
hasta barrocas, se plasmaban en lienzos y esculturas que llenaban el espacio en
perfecta armonía y se mezclaban con exóticas, y hermosas flores de colores
abrumadores. No había ni un grado de disonancia en todo el lugar, que parecía
creado por un dios obsesionado con la perfección.
—Sabía bien sus cartas, pensaba que el poder era en realidad
información. Y la información se transformaba a su antojo en acciones movidas
por deseos una vez inconfesables. Así pudo llegar al trono. Ahora cada paso
resonaba en las paredes de mármol blanco y rebotaba por todas las columnas del
recibidor, mientras todos los que una vez se interpusieron en su camino
descansaban bajo un mineral igual de selecto pero sin que sus ojos- se pudieran
reflejar en él. O eso o habían dejado de ser alguien para pasar el resto de su
triste vida vagabundeando por las calles. Una pequeña sonrisa mostró unos
dientes impíos y perfectos cuando su memoria le hizo recordar a los que una vez
fueron y nunca volverían a ser. Oh, ella se divertía con cada victoria, como un
gato juega con su presa para disfrutar más la recompensa de su carne. Y solo
tenía que esquivar a cuatro dagas, destruir a los cuatro peones de aquel
intrincado ajedrez. O quizás cuatro damas.
Pasamos algo de tiempo
viendo cómo explicaba y ordenaba con detalle y precisión todas las tareas que
tenían que hacer cada uno de sus sirvientes. Y es que quien lo hiciera mal
tendría que pagar por ello, literalmente. Descontaba del sueldo cada gota de
agua y sudor desperdiciada y lo hacía repetir hasta que estuviera bien.
Impecable. Sin embargo lo que yo percibí cinco minutos fueron horas, ya que la
luz natural decaía a un naranja como las clivias cuando acabó. Y así se ausentó
a su habitación. Una habitación que dejaría en ridículo a la definición de
lujo, simetría y armonía. De colores cálidos, el dosel de su cama parecía una
cascada roja que lamía la alfombra blanca con dibujos y emblemas grabados en
burdeos y que cubría la mayor parte del suelo. La madera de roble oscuro de las
paredes estaba adornada con emblemas del mismo índole que la alfombra tallados
a mano en la misma, obra de los más grandes ebanistas del reino. Y las flores,
un reguero de plantas colocadas rellenando el espacio pero no sobrecargándolo
daba un toque de vida y una fragancia exquisita... Pero serían demasiados los
detalles a contar como para dejar la historia a un lado.
—Tras decidir su cena y hacer retirar a sus sirvientes,
se recogió a su habitación para meditar bien su siguiente paso. Ya que en aquel
baile quien atacara el primero tendría ventaja. Tenía que hacer sangrar a sus
enemigos con algo básico para poder ver su corazón con más facilidad y poder
así arrancárselo. Solo hacía falta una espina de la rosa de la discordancia, de
la mentira, de la soberbia.
Sus blancas manos se
posaron en la barandilla de un indescriptible balcón, casi terraza por sus
dimensiones que poseían sus aposentos, creado con el mismo mármol que la
entrada, pero intercalado con el negro de unos cristales incrustados en él.
—El amanecer parecía dar pie a la noche, a la
batalla que se sentiría con furia y veneno y que le otorgaba a aquella soberana
una visión de un todo y una nada, de un final y un comienzo de la ciudad. Sí,
era su momento, realmente parecía una reina.
Estudió con detenimiento y por infinitésima vez
sus movimientos hasta el presente. Gracias a su don de convicción y
manipulación había sido capaz de desvelar secretos de los antiguos regentes, de
personas poderosas con lo que por supuesto, tenía enemigos. Pero sus aliados
eran más poderosos y los podía mover a su antojo. No tenían otra elección ya
que habían observado la caída de los que se opusieron a sus chantajes. Sin
embargo la fuerza política o monetaria no darían resultado esta vez. Trataba
con personas con fuerzas similares y solo lo genuino daría resultado. Y es que
al final lo simple y lo que sabes que funciona, resulta ser lo más acertado.
Tenía infiltrados en las cinco casas, incluida la suya propia para saber de
espías enemigos, pero tampoco tenía mucha fe en aquello, era demasiado obvio.
Demasiado burdo para su intelecto. No, era mejor plantearse jugar con los
corazones aún a riesgo de perder el suyo propio... Y por eso con el último rayo
de sol finalizó su intrincado plan. Era simplemente perfecto. Aunque había algo
que no le gustaba nada: esta vez no podría jugar con ellos, pensó tras un
suspiro.
La mañana dejó atrás a
una noche casi inexistente para Serah y para mí y rápidamente comenzaron unos
preparativos. Extrañado vi como los sirvientes de aquella mujer no paraban de
construir, crear y decorar un salón de aquel palacete donde vivía. Daba la
sensación de que un gran evento iba a ocurrir allí. Y mi intuición no fallaba.
—Su primer paso ya estaba listo. El imponente vestido negro como su alma
solo era una distracción más para su joven víctima, a la que intentaría
apuñalar por la espalda aquella noche. Pero ni siquiera el destino hubiera
previsto los acontecimientos que estaban por ocurrir...
Carruajes flotantes
ocupaban lugar en el jardín de la entrada al salón que daba a un lateral del
palacete. Aunque más que un baile yo hubiera apostado porque sería una feria de
exposición o una competición acerca de la belleza de estos. Una especie de
gemas de colores y tamaños inalcanzables por la imaginación los mantenían
levitando, casi etéreos, en el aire. Y aún así lo que realmente hacía que tu
corazón se encogiera eran los dibujos y formas que poseían las maderas, metales
o incluso minerales aún por descubrir en nuestro mundo que le daban mil
expresiones. Pero un baile era un baile al fin y al cabo, y lo que realmente
era digno de ser observado eran los invitados. Eran todos humanos, sí, pero no
humanos corrientes. Su porte, su manera de andar, de respirar, de mirar...
Denotaban una clase inusitadamente alta, superior. Vestidos de telas suaves y
finas, elegantes y fuertes cubrían la piel de aquellas mujeres que querían
rozar la divinidad. Los hombres, en cambio, no vestían los típicos trajes sino
que llevaban atuendos de guerra o de oficio, parecía que les gustaba distinguir
su rango así. Pero había cuatro individuos, a parte de la anfitriona, que se
desmarcaban en una línea más mundana, más de andar por casa. Pero eran los que
infundían más respeto, porque más allá de las apariencias eran capaces de
ponerse al nivel del pueblo, al nivel de "inferiores" y seguir
suscitando terror, amor y miedo. O lo que quisieran y pudieran...
—El juego había comenzado.
De repente todas las
luces se apagaron y provocaron que los carruajes aparcados un poco más alejados
de la entrada, donde estaban congregados todos los asistentes, fueran la única
fuente de luz dotando al lugar de un hermosos y quizás fantasmal ambiente. Una
sensación ideal para comenzar la velada tal y como la dueña del emplazamiento
deseaba para su baile, su juego, su mascarada.
—Y así fue como la soberana de la soberbia y la mentira hizo gala de su
poder.
Sin previo aviso aquella a
la que habíamos seguido salió del salón. Pero no parecía ella misma. Portaba
una pequeña máscara blanca y con zafiros
en forma de lágrima, que le tapaba la mitad de la cara. Sin embargo no
parecía ella misma. Un pelo blanco y suave, brillante y fino adornaba su cabeza
en forma de recogido real. Su piel se había vuelto diáfana como la luna, casi
tan blanca como su cabello. Y su atuendo negro había pasado a ser un largo y
delicado vestido azul de seda con un corte desigual que arrastraba un poco por
el suelo dando la sensación de que la mujer caminaba sobre el agua en unas
sandalias plateadas como el mercurio.
—Todas las mujeres que portaran esa máscara serían iguales, y había una
para cada invitada. Por el contrario, los hombres aparecerían con traje negro,
chaleco burdeos y una camisa blanca si se ponían la misma máscara, pero con
rubís en vez de zafiros. Sus cabellos se tornarían blancos también con un corte
apocado y sin barba. La anfitriona se excusó porque quería celebrar la
personalidad por encima de la belleza. La realeza por encima de la estética. Y
así todos empezaron a caer en las redes de su juego.
Poco a poco todos los
asistentes se pusieron una máscara y pasaron al interior del gran salón de
baile. Era un enorme espacio lleno de grandes ventanales y balcones para al
menos mil personas a pesar de asistir tan solo doscientas más los sirvientes.
Nada más entrar por la hermosa puerta, de marco cristalino, dorado y tallado, a
su izquierda podían obsrevar una voluptuosa orquesta. En esta, portaban
instrumentos que estaban hechos de las más preciosas maderas y metales e
incluso poseían formas en ellas que simulaban el símbolo de la casa en la que
tocaban. Y a pesar de esto el sonido que desprendían era inmortal, te hacía
transportarte a la cabeza del compositor, era soberbio. La zona de baile, a la
derecha, estaba enmarcada por una alfombra que en principio podría parecer roja
como la sangre, pero cuando las luces se apagaban un poco se tornaba azul como
el mar en plena noche. Y por último el comedor. Las mesas eran de cristal
cubiertas con un mantel de encaje blanco y las sillas de madera de roble,
adornadas y cubiertas por telas negras y flores de colores vivos. Como centro
floral tenían lirios de todos los colores, acacias con una fragancia
embriagadoras y azafrán. La comida la iban llevando y trayendo los sirvientes
en bandejas a modo de degustación de mil platos distintos y exóticos. Era una
visión de elegancia y soberbia.
—Se inició con un gran baile al son de La Danza Arábiga de la Suite no 2 de Peer Gynt de Grieg. En él todos los invitados
acababan bailando sin saber con quién gracias a una divertida y majestuosa
danza. Era el primer paso para enfrentarlos entre sí. Y es que la argucia de la
primera en agredir a sus enemigos era encomiable. Ninguno de sus invitados eran
parte de sus aliados, más bien lo contrario; todos los invitados formaban parte
de los partidarios de sus enemigos incluyendo a estos mismos. Pero eso solo lo
sabía ella, ni siquiera los que la apoyaban. Y es que para ellos era mejor
tenerla lejos, así que no habría quejas. ¿Qué conseguía con esto? Al ser una
mascarada en la que nadie sabría con quién está hablando, podrían crearse
rencillas al hacer un mal comentario, o al pensar que estás hablando con
alguien y ser quien no debería ser. Eso provocaría luchas internas en el seno
de cada monarca y tendrían que arreglarlas dejando ver quién es en realidad
cada uno. La única pega del plan, si es que pudiera tenerla, es que ella ya se
había dejado mostrar como la soberana de la soberbia. Pero nada más lejos de la
realidad, no había cometido ningún error. Si evitaba dar pasos en falso eso no
sería un inconveniente.
Antes de que Serah
continuara con su historia, me vi en la obligación de pararla.
—Serah, siento
interrumpirte pero... ¿soberana de la soberbia? ¿Tiene que ver quizás con lo
que dijiste al principio de: cada uno fue escogido por una parte de la sociedad...?
Ella sonrió satisfecha
por aquella pregunta y sus augustos ojos se clavaron en los míos con curiosidad
y enigma:
—Me alegra ver que no
me he equivocado contigo, Edward. Y sí, por supuesto que tienen relación ambas
cosas, pero créeme va mucho más allá... Tanto que te dará miedo cuando
descubras el verdadero significado de esas palabras. Como adelanto para que
empieces a entender la historia, el efecto de las máscaras es gracias a que
ella domina la soberbia—sus ojos volvieron a observar aquel mundo para
proseguir con su narración no sin antes advertirme—Pero vuelve a interrumpirme
y no saldrás de aquí con vida.
Mi cerebro empezó a
funcionar y a deducir, aunque he de reconocer que con esa frase una gota de
sudor frío recorrió mi rostro. Pero no me quedaba más remedio que seguir
escuchando y observando.
—El baile dio paso a una cena algo tensa. Todos los comensales evitaban
hablar de algo en lo que pudiera implicar una opinión personal. Todos menos los
soberanos. Ni siquiera con la misma apariencia eran iguales, y el resto de la
sala lo sabía. Pero la catástrofe ya había comenzado y el vino que se servía
era exquisito. De muchos grados pero exquisito. Las mentes empezaron a jugar
malas pasadas a sus portadores que lanzaban flechas a objetivos demasiado
cercanos. Aunque también es cierto que hubo relaciones que se afianzaron, esas
fueron las mínimas. De este modo, tras la cena, en el baile existía un ambiente
entre jovial y tenso, tan tenso que se hubiera podido cortar con un cuchillo.
Pero no sería ella la que lo portaría. No, ella tenía otro objetivo personal:
el hombre de ojos cálidos y dulces como la miel. Y es que él era el único que
siempre dejó ver como subió al poder: la lujuria. ¿Sería capaz ella de sobrepasarlo
y hacerlo caer por atracción? Por supuesto pensaba que sí.
Con dos copas de vino en la mano se acercó a su
presa. Y es que este era algo especial, un regalo digno de reyes, le dijo. Pero
él no era estúpido, no. Nada más lejos de la realidad sabía que ella lo
superaba en inteligencia, pero sus cartas no eran débiles. Para nada. Por ello
se bebió el vino como si fuera agua. Y como agua lo asimiló su organismo. Y así
comenzaron a bailar, a luchar. Cada paso era una delicia, una delicada danza
que combinaba pasión, dulzura y fuerza. Y justo cuando ella empezaba a
disfrutarlo, algo ocurrió.
Uno de los invitados cayó impávido al suelo, sin
respiración, sin pulso. ¿La causa? Veneno, dirían algunos. La soberbia vocearon
otros. Nada más lejos de la realidad un cuchillo atravesaba su pecho y su
frágil traje quedando el mango de plata como un adorno más en su espalda.
Muchos fueron los gritos de horror y aún más los de venganza. Sin embargo la
anfitriona se hizo dueña de la sala alzando la voz allí donde tocaba la
orquesta. Sus ojos brillaban, vencedores de la primera batalla.
—Este hombre no ha muerto por el filo de plata
que tiene clavado en el corazón, mis estimados invitados—dijo mientras los
sirvientes protegían a la mujer con la que había estado bailando- sino los labios
del diablo, los labios de Lilith. Él mismo dictó su sentencia, ¿no es así
condesa Cassandra?—ella miró a su anfitriona con rabia y miedo. Y es que no
podía hacer nada para pararla, para inculparla—Hacía mucho tiempo que su marido
la deshonraba con otra mujer y la extorsionaba. Puesto que él era quien había
establecido todas las alianzas políticas y usted le había otorgado el dinero,
pero una vez casados la mitad de lo suyo sería para él. Y acabaría apartándola
de todo y llevándose hasta su más mísera joya, su más mísera sonrisa. Así que
la ocasión era perfecta y conociendo a su amante cambió su barra de labios por una idéntica por un
minúsculo detalle: le habías añadido un compuesto al que era alérgico su
marido; almendras. Por esto, cuando besó a aquella mujer tuvo que inyectarse la
dosis de antídoto necesaria pero al no tener fuerzas ella lo hizo. Lo que no se
esperaban es que usted cambió también la vacuna, que siempre tenía un mango de
plata como regalo, por un cuchillo que sacaba su filo cuando se añadía presión
en el sitio indicado. Y así, su amante asestó el golpe final—terminó de explicar,
mientras la condesa caía riéndose con locura aferrada por los brazos de los
guardias—comprobad si me equivoco, pero os aseguro que no lo he hecho. Ah, ¿y
cómo lo he sabido? Bueno, es mi deber conocer todo lo que ocurre dentro de mis
tierras—dijo con una frívola
sonrisa— Siento el amargo final de nuestra velada, pero
el juicio ha de realizarse.
Acertó, pero no por casualidad o inspiración
divina, sino porque ella misma la había empujado a hacerlo. Le había explicado
su situación y las intenciones de él así que Cassandra no poseía más
alternativas. Y si no lo mataba la dueña del palacete tenía a más parejas así
bajo la manga. Apresada y desbordada, los ojos de la condesa dejaban ver furia
y odio aún hacia el cuerpo. Murió ajusticiada, tras una sentencia casi
inmediata, bramando que no se arrepentía de nada. Por otro lado la amante salió
de aquel palacete en su carruaje, pero
más le hubiera valido salir en el mismo ataúd que la pareja. Ya que en
días lo perdió todo.
Esto creó la discordia esperada entre las casas
de la lujuria y la de otra mujer formadora del consejo. Ahora podría saber quién
era, cuál era su don. Y de rebote, consiguió aliados. Fue una noche
inmejorable para ella, quitando el hecho de que le gustó el baile con aquel
muchacho... Pero sería efecto del vino.
Y así comenzó la guerra fría, con la primera
victoria de Alice, con la primera muerte conocida como verdad.
OFF-Enlace a la canción que sonaba en el baile:
https://www.youtube.com/watch?v=emnZkax0q_U
OFF-Enlace a la canción que sonaba en el baile:
https://www.youtube.com/watch?v=emnZkax0q_U
Me encanta el final sobre todo, ya te lo he dicho *_*
ResponderEliminarSigue así, y espero ver más capítulos pronto
un besito^^
¡Muchísimas gracias!
EliminarLa verdad es que sin tí y más lectores que tengo por ahí perdidos no hubiera seguido escribiendo tras el capítulo uno. Así que te lo dedico con todo el cariño del mundo.
Un abruzo grande grande.
Me encanta el final sobre todo, ya te lo he dicho *_*
ResponderEliminarSigue así, y espero ver más capítulos pronto
un besito^^