Alguna vez en la vida de toda persona que se precie existe
un momento de caída libre. Una caída tan precipitada y abrupta que nos deja sin
nada más que huesos doloridos, ojos rojos y un corazón roto. Y justo cuando
llegamos al final de nuestras fuerzas, al límite de nuestras posibilidades,
podemos ver la mano que nos va a ayudar. Una mano tan familiar y a la vez tan
distinta a lo que jamás imaginamos que no podemos ni creer lo que vemos. Ya que
esa mano es nuestra puesto que nadie puede evitar tu caída. Y solo tú puedes
levantarte. Solo tus piernas determinarán el valor en lo profundo de tu abismo.
Solo tus ojos pueden regenerar su blanco y un nuevo brillo de fiereza por lo
nuevo, por lo que está y por lo que recordamos. Solo tú puedes determinar tu
futuro, si seguir en el agujero hasta que el tiempo dejé de cobrar sentido,
hasta que reír solo sea un triste recuerdo de antaño... O levantarte y gritar
con fuerza ¡Aquí estoy jodido mundo! Y ninguna caída volverá a hacerte daño. No
ese tipo de daño.
Por eso alzaos y cuando os deis por vencidos y os dejéis
llevar por la desidia y el abulismo gritad con rabia. Porque esa es una corriente demasiado
fácil y dañina a largo plazo. Y estoy seguro que podréis encontrar vuestra
propia fuerza entonces.
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